00:00:00.00 (Memento vivere)

Quiero recordar estos días como los buenos días.

Quizás como la hora y el minuto en los que aprendí a estar bien conmigo mismo… Quizás como los días en los que robar sonrisas me era algo natural. En los que no me costaba nada. Recordar todo esto como aquellos momentos en los que pude estar para alguien, o extender una mano cuando podía ser necesario. Cuando las amistades estaban al alcance de la mano, a la vuelta de la esquina y hacer un nuevo amigo solo involucraba confiar un poco, abrir una puerta, apenas permitirse compartir un poco más.

Quiero recordar estos días como aquellos en los que no tenía problemas, en los que me era imposible hacerme problema por pavada alguna. En lo que los problemas eran ajenos y de esos sí había que ocuparse. Los días en los que disfrutaba plenamente de mi trabajo y aquellos en los que incluso me ponía a jugar con el photoshop o el flash solo por gusto. Por el mismo arte de crear, por tonto que fuera su resultado…

Quiero grabar a fuego en mi mente el centenar de sonrisas bien ganadas, auténticamente arrancadas a la cara triste de tanta muchacha, tanta amiga, tanta hermana y tanta chica (o mujer) especial en mi vida, por el solo hecho de obtener de aquel momento una sonrisa. Atesorarlas una por una, pese a que no tenga una cámara de fotos para inmortalizarlas…

Quiero guardar este punto de mi historia como uno de los mejores, de los tantos por venir, quizás no el cúlmine, pero si uno de los grandes momentos de mi vida. Por no tener miedo a nada. Por ser el punto de partida de todo. Porque el norte está más claro que nunca, pese al abanico infinito de posibilidades y desafíos que se me presenta por delante. Por poder encararlos de esta forma, así, contento… de ser como soy. Feliz, de poder estar donde estoy…

(… por poder acordarme, a cada momento, de vivir)

Aceptar el misterio

¿Por qué es tan difícil pensarnos por fuera del paradigma? ¿Por qué nos cuesta tanto abandonar la razón?

¿Qué avaro coleccionista de momentos fantásticos estableció la muerte de la magia? (… obviamente, para guardarse sus secretos).

Es que si la magia no existiera, ¿cómo es que el mundo está lleno de cosas capaces de sorprendernos? De mensajes encubiertos, invitaciones al desafío o, bien, de obras (o gestos) capaces de robarnos lágrimas, modificar nuestras vidas o inspirarnos al movimiento.

¿No es posible pensar un mundo donde todos los relojes se detienen cuando uno ve a esa muchacha? Donde las nubes es algo que sucede cuando ellas apagan su sonrisa (y las tormentas, consecuencias de sus enojos). Un lugar en el que las lluvias se apuestan al inicio de dietas imposibles o al lavado de infrecuentes carromatos. En el que los amigos son fortalezas y los sueños, mandatos para la vida misma.

De despertares bien abrigados en invierno, aventuras veraniegas, romances primaverales y decepciones de otoño.

De tazas calientes llenas de cosas reconfortantes y de momentos bien sentidos que irremediablemente se solidifican en anécdotas…

(Hmmmm… ahora que lo pienso, qué difícil sería vivir en un mundo distinto a ese, ¿no?)

Permuto reino por caballo…

(… y la princesa dijo al caballero de azul: «Tu no eres mi príncipe»…)

Así comenzaba el segundo capítulo de algún… ¿cuento? ¿novela? inconclusa que algún día me veré obligado a retomar y se enlaza directamente con una reciente charla de café que tuve, de esas que, paradójicamente, carecen de café y se hacen a través de la red. Uno de los grandes aprendizajes que me llevaré a la tumba es que cualquiera que diga no quiero compromisos está diciendo no quiero compromisos… con vos. Los hombres, raza tonta si las hay (mujeres a no vanagloriarse: no conozco a una de uds que no haya estado idiotizada por algún ex), aunque tratemos de disimularlo, hacemos honor a rajatabla a la sabia máxima del maestro Dolina: «Todo lo que el hombre hace por una mujer«. O mejor aún, una variante postulada por este servidor, de que «No hay cosa que no seamos capaces de hacer por la mujer correcta«.

(… por supuesto, lo que nosotros entendemos por «correcta«, suele alejarse de cualquier definición de diccionario y debería tener una etiqueta que diga: «Advertencia: Avanzar a esta muchacha puede ser perjudicial para su salud»…)

Revelaré entonces algo por los que muchos congéneres podrían matarme: piensen siempre que el común del hombre es simple. De hecho, es obvio. Si, efectivamente, por algún caso no hacemos el esfuerzo necesario, no encontramos la solución adecuada, si no movemos cielo y tierra para estar con esa muchacha (o mucho más simple: no volvemos a llamar), será porque, sencillamente, ella no nos importa lo suficiente. No se dió. No nos movilizó, no vino a sacudir nuestro mundo. Obviemos a los tibios. Hagamos a un lado a los que no están bien consigo mismos, a los que no tienen en claro lo que quieren o a los que simplemente salieron de cacería por apetito: Frente a la muchacha de sus sueños, cualquier tipo con una pizca de buena intención encontrará la forma de demostrarle por iniciativa propia su forma de sentir.

(… y cualquier muchacha de los sueños que no quiera perder ese status, dejará que él lo demuestre por si solo: ninguna forma más rápida de perder a un flaco que hacerle probar hasta donde es capaz de llegar…)

El remo, el verdadero remo, se reserva para aquellas que creemos que lo valen. Nadie dice que vayamos a acertar, pero hasta el lobo más feroz es capaz de arrancar una rosa con los dientes.

Dicho esto, y más convencido que nunca de que un 95% de las mujeres van a elegir al lobo feroz por sobre el príncipe; sin pena pero sin prisa, me embarqué en la imposible misión de encontrar a aquella princesita, aquella dulce muchacha, aquella cómplice para el camino… a la que pueda conquistar sin necesidad de tratarla mal. Sí, sí. Lo se. Tengo grandes chances de volverme monje budista. Pero quien sabe: alguien escaló los himalayas por primera vez, ¿quién les dice que no pueda ser yo?

y que el solo hecho de despertar a su lado, sea motivo para empezar el día con una sonrisa.