Que gente linda!

Contrario a lo postulado por los hombres de gris (que creen haber tenido apenas un amigo en su vida y aún así, desconfían si no los cagó en temas de plata), la amistad es algo que trasciende las barreras de tiempo y distancia. Una persona puede ser un excelente amigo a miles de millas de distancia y ser esa voz que te reconforte en un gran momento de necesidad, así se trate de una carta, un mensaje o un chat. O que te de el consejo justo, que te permita hacer un crack y derriben las cuatro paredes de tu cabeza de las que eras incapaz de salir. Simplemente por estar… Estar ahí, cuando nadie más está. Por darse cuenta de lo que para otros es invisible. Un amigo puede perderse meses, años… Volver y, aún cuando no sean las mismas dos personas, seguir siendo ese gran amigo. O una persona que apenas empezás a conocer, pero ya desde el principio algo te dice que vale la media milla extra (… o incluso, la milla entera).

Hace días una personita sorprendió en este último de los sentidos. Cual la analogía de Shrek, una de esas personas que al deshojar la cebolla (y aceptando los defectos de cada uno) solo parece haber más y más cosas buenas… Justo con ella hablábamos de la gente gris, de como se estaba dejando abatir por un terrible desengaño sobre la gente de ciudad, de como todo el mundo le trataba de pisar la cabeza, de gente cuyo valor más alto va por la competitividad y la falta de escrúpulo.

No supe como explicarle lo contrario. Quizás por haberme dejado llevar por sus palabras, no supe mostrarle que hay otro tipo de gente dando vuelta. Que de un tiempo a esta parte, no dejo de encontrar y reencontrar personitas que, más allá de los problemas (inherentes a la condición de cada uno), se esfuerzan en dar lo suyo para sacar lo mejor de los demás. Y aunque crea cierto que la gente del interior tiene otra calidez innata, capaz de dar hasta lo que no tiene, quise explicarle que no necesita irse para encontrar lo mismo. Solo es cuestión de abrir un poco más los ojos. Y para eso, aunque lamentablemente no tenga registro de todos, no se me ocurre una mejor forma de dejarlo en claro que mostrarlo

(… que gente linda… que bueno poder quebrar lanzas por todos uds…)

Mil imágenes, pocas palabras…

humildad. (Del lat. humilĭtas, -ātis). f. Virtud que consiste en el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades y en obrar de acuerdo con este conocimiento.

La primera sensación es de desconcierto. El shock te dura un par de minutos, hasta que se empiezan a escuchar los vitoreos de los chicos y sus sonrisas contagian. Son las cinco de la tarde, la mayoría están esperando desde las 10 de la mañana, a ninguno parece importarle. El acontecimiento llama a la alegría general y uno, incapacitado de desarmar su bagaje cultural, no puede más que dejarse llevar por el momento. Agotados por un viaje de 5 días, los médicos hacen lo propio, bajan, saludan a todo el mundo, juegan con los nenes que corretean en torno a ellos. Algún dentista les ha preparado dientes de juguete, como parte de enseñarles a cepillarse. Otra médica les muestra un estetoscopio con un peluche en forma de flor (estetoflorio, le llama). Agustina, una chiquita que conocimos minutos antes, me pide que la grabe junto a «su» médico y recién ahí me acuerdo que estoy viendo todo esto a través del visor de una cámara.

Si esa cámara se alejara a una visión más panorámica, nos encontraría en Jujuy, frente a la llegada del Tren Hospital para niños de la Fundación Alma, un tren de médicos voluntarios que desde hace 30 años hace atención solidaria en pueblos del interior del país que así lo necesiten. Olguita, la coordinadora de este viaje, a pesar de su avanzada edad, es una vital asistente social que enseguida se calza el guardapolvos y empieza a dar turnos a esa gente que durante tantas horas los esperó. Graciela, una de las pediatras, entre orgullosa y emocionada, no ve la hora de recibir al primer peque. Ocurre que hace 28 años que trata de participar de estos viajes y recién ahora tiene su chance. Mónica, la radióloga de profesión, payamédica de vocación, trae en su bolso a su «prima«, la Dra. Esther A. Peutica, esperando poder sanar mientras roba algunas sonrisas. Gastón, Martín y Vanesa, el grupo de odontólogos, preparan sus nudillos: son los que más trabajo tendrán y el menor tiempo para resolver todo. Sebas, el bioquímico, confía en poder hacer todo a mano, porque acá no tenemos el laboratorio que puede haber en un hospital. Ana y Ceci solo esperan estar a la altura de lo que les pueda tocar.

Y así como vienen, agotados pero movilizados, comienzan a atender. Ninguno quiere pensar demasiado en los casos más complicados, pero saben que a pesar de poner la mejor voluntad, hay cosas que no van a poder resolver, que tendrán que derivar al hospital de la cercana ciudad de Güemes o a algún centro médico especializado en Buenos Aires. Y así como ellos hacen, también se propagan las ganas de hacer. Betty, Pato, Alfredo y Fede, colaboradores puestos por la fundación, ven que a los médicos no les falte nada, que cualquier equipamiento sea reparado de inmediato y, por sobre todo, que se sientan bien atendidos.

Hasta que te das cuenta: hacés la cámara a un lado y preguntás si necesitan una mano, si podés hacer algo, si hay algo en lo inmediato en lo que puedas ayudar. Porque aunque no pierdas de vista el valor de capturar esa imagen, ya no te alcanza.

Imagino que cada persona con medio gramo de alma que haya visitado los humildes (y remarco, humildes: pobreza es otra cosa) pueblos del noroeste del país, debe haber vuelto con la misma sensación. Por más de un momento quise ser médico, radiológo, enfermero… Me traté de anotar como coordinador del tren y lamentablemente me explicaron que tengo que haber estudiado algo que tenga que ver con salud. Dejé comida, dejé la bufanda… hoy pienso que debería haber dejado la campera y ni siquiera hubiera alcanzado. Basta vivir un par de minutos por allá para que se te pegue la sensación de querer hacer más.

Ojalá el documental exprese todo lo que me es imposible poner en palabras, esa necesidad imperiosa de hacer. De devolver un poco. De participar donde hace falta.