El extraño dilema de volver…

Claro, tengo en mis manos una detallada bitácora de viaje. Día por día, aventura por aventura, anécdota por anécdota. Cada sensación detallada en orden, según lo vivido, con las expectativas superadas… y las no cumplidas también.

El problema es, hoy, a días de haber vuelto y casi un par de decenas de cuando todo comenzó… ¿de qué me vale ponerme en la piel de todo eso que ya pasó y que se siente a años de distancia? De hecho, comentábamos con los compañeros de aventuras que estando allá, ayer se sentía hace 6 meses y antes de ayer, a dos años y medio atrás.

El viaje fue fantástico e incluso duró lo que tuvo que durar, con eventos forzados que hicieron que no se extendiera más allá, pese a que sobraran ganas y estuvieran las posibilidades de hacerlo. Cada día sumó anécdotas por miles, rodeadas por un paisaje mágico, escapado de algún libro de Tolkien (o mejor, capturado malamente por tipos como Tolkien que trataron de poner en palabras lo que solo puede apreciarse con la vista).

Hubo muchas historias, muchas risas, algún par de sorpresas, otro par de decepciones (una provocada por este servidor, mea culpa), y mucha pero mucha gente, mucho encuentro por el camino que solo el tiempo dirá si realmente valen la media milla extra, pero que de corazón, valía la pena darles una chance.

A modo de balance, volví bronceado (quien me conozca sabrá lo poco común que es esto), con 3 kgs y medio menos (a tratar de mantenerlos), 2 cumbres y 3 refugios alcanzados y alguna fobia brevemente confrontada.

Pensé que volvía con el cuore roto, herido dos veces a falta de una y luego me di cuenta de lo contrario: que volvía más sano que nunca, habiendo cerrado una herida con otra, con la simple posibilidad de algo más que pudo ser y que en el último momento, me alegré de que no haya sido. No por ella, que es un ser de un corazón increíble (si algún día lees esto: gracias, sencillamente gracias), sino por el marco de las circunstancias. Aún así, le tengo que agradecer mil veces, ya que renovó más que nunca mi fe en las princesas. En que siguen estando ahí afuera. En que más temprano que tarde coincidiré con alguna de la forma en que yo quiero…

El detalle exacto de todo lo ocurrido quedará para la memoria, para algún video a disfrutar por sus protagonistas casuales, para algún reencuentro con la gente que se pueda reunir de tan lindo viaje. Atrás quedan montones de amigos encontrados y un par quizás perdidos (que ojalá algún día se los pueda volver a cruzar). Adelante…

… adelante, un año más renovado que nunca y un comienzo fresco, para todo lo nuevo que tenga que llegar.

(y para cuando el tiempo lo permita, solo queda pensar en volver)

Prólogo 3: Lo que me llevo de Guale…

– Me traje paz, mucha paz. La sensación de que aún rodeado por decenas de personas con las que no elegiría compartir nada, siempre habrá un par de viejas amistades capaces de tirar una soga salvadora…

– Que a lo inevitable, mejor cambiarle la cara.

– Que para románticos de la vieja escuela, aún quedamos al menos tres en esta tierra.

– La grata satisfacción de haber visto como dos «chicas» en mi memoria se han convertido en mujeres con todas las letras.

– Que si llego a heredar una décima parte de las habilidades de mi viejo para criar niños, mis futuros/improbables hijos están salvados…

– Que nunca debí dejar de hacer teatro, ya sea actuar, dirigir, escribir… lo que fuera. Algo dentro me lo reclama…

– Que por primera vez en muchos años, vi a la ciudad cambiada para bien.

– Que por primera vez, me quedé con ganas de volver

Prólogo 2: El guionista entra en escena…

Nunca es bueno olvidarse de Murphy. Más cuando quien escribe tu vida lo tiene como uno de sus autores preferidos.

Para los que no conocen, camino La Plata-Gualeguaychú tiene, salvo las extrañas excepciones de los viernes por la noche, una parada obligada en la terminal de Retiro, que vendría a ser una gran simplificación de la suma de todo lo espantoso que tiene Capital Federal, agolpado en un mismo lugar. Y si faltaba algo, esto se potencia notablemente durante las fiestas, con 6 millones de personas tratando de dar comienzo a sus vacaciones…

Y ahí llegamos al dilema: como en toda combinación, si sacás pasaje con demasiada anticipación, te comés tiempo de espera sentado en lo que más pueda parecerse a un hormiguero humano. Y si no, te puede pasar. Te puede pasar…

El colectivo que tendría que haber llegado a las 17:40, llegó en algún momento entre las 18:05 y las 18:10 (mi pasaje a Gualeguaychú decía 18:10). Para peor, el andén al que tenía que llegar estaba, como no podía ser de otra forma, en la otra punta de la terminal. Cargado con un incómodo regalo para mi sobrino, emprendí carrera esquivando bolsos, gente, nenes, carritos y más bolsos… Y allá lo vi: «Nuevo Expreso», parado en el andén justo. ¡Estaba llegando! ¡No podía creer mi suerte! (… y no debería).

– «Eh, no flaco. Este es el servicio de las 18:15. El de las 18:10 ya partió, si son casi y cuarto…»

Miré al reloj de la terminal. Decía 18:12. Volví a mirar al empleado de la compañía con cara de: «Me estás cargando, ¿no?». Evidentemente poder decirme esto era de las pocas satisfacciones que el flaco tenía en el día, por lo que me devolvió una sonrisa. Pensando que en Suiza podían poner en hora los relojes con la salida de este micro, decidí no hacerme mucha más mala sangre y comerme 3 hs en la terminal hasta la salida del de las 21:30, próximo con algún lugar libre (¡Pobre iluso!).

Tras poner el cerebro en remojo hasta 20:30, decidí acercarme al anden de nuevo. Ahí el guionista trajo como nueva víctima al pobre de Luis, novio de mi hermana postiza, que salía en el de las nueve, con la mala suerte de tener que viajar ese día y encontrarme. Sabrán disculpar, pero fue una inmediata e involuntaria «Mancha, guionista».

A las 11 de la noche, un colectivo poco más que de línea y con una calcomanía pegada que decía «Nuevo Expreso, 21:30» estaba saliendo de Retiro con nosotros dos sentados dentro, con Luis jugando a «¿adiviná qué vena de la frente está por explortarme?» entre el respaldo roto del asiento y las patadas en la espalda de la niña hiperkinética que se le había sentado detrás. Aire acondicionado había, lástima que solo tenía dos temperaturas: Horno tropical y Polo. Y si faltaba algo para completar su noche, recordémoslo: suelo roncar.

Dejando de lado la parte sentimental (de la cual amerita renglón aparte), así dió comienzo el primero de mis viajes, con el guacho que escribe mi vida afinando la pluma. Mejor prepararse. Algo me dice que los próximos 20 días van a ser cualquier cosa, menos olvidables…